Sangre

Miedo y Sangre
  

¡GOL! Alegría. Todo es éxtasis. El equipo acaba de anotar el tanto del empate. Las cosas no pueden ser mejores en ese preciso instante. Hace un momento perdían y los fantasmas de una pésima temporada y aún peores actuaciones se asomaban en la cancha, pero ahora han marcado y todo es emoción.

De pronto ardor. Dolor. ¿Qué pasó? No lo sabes, sólo ves cómo un vidrio cae al suelo y se rompe después de un gran estruendo. Quien está a tu lado salta hacía atrás cubriéndose el cuerpo de lo que aún pueda caer del cielo. Ese sonido era entonces el sonido de alguien rompiendo el vidrio. Giras hacia donde está el ardor y ese dolor tan agudo. Todo en fracciones de un mismo segundo.


Más dolor. Ahí está tu antebrazo abierto como un hoyo rojo, absorbiendo todo lo que hay en tu cabeza. De ahí proviene el dolor. Puedes ver tu hueso, la maraña de carne y sangre que palpitan gritando en un lenguaje que sólo tu desesperación atiende. Lo comprendes al instante, las cosas están jodidas, mientras ese hoyo rojo sigue engullendo la materia de la que están compuestos los pensamientos y la tranquilidad es asesinada.

-¡Tío, tío! ¡¡Mi brazo!! -Lo sujetas de la chamarra. Él no siempre te acompaña, está ahí por casualidad, es doctor.
-¡A... -no terminas de entender lo que dice cuando abrió los ojos para ver la herida, enseguida cubre con sus manos el hoyo rojo, el músculo y los tendones lacerados, aunque el agujero rojo sigue atrapando vorazmente y sin piedad lo que hay en tu cabeza a pesar de ello.
-¡Vámonos de aquí!¡Necesito que me atiendan! -tu cabeza está llena de pánico, engendrado por el hoyo rojo, sustituyendo todo lo que ha arrastrado hacía sí. Todo lo que empieza a nacer ahí arriba tiene una única dirección y es esa designada por el agujero que absorbe pensamientos y emana sangre. Seguro tu rostro ya está lleno de ese pánico absorbente.
- Tranquilísate. Vamos para acá. -El médico entra en acción, ya no hay sorpresa en él. Ahora es que se pone en automático para actuar y poner en marcha lo aprendido. 

No sabes cómo ni por dónde, pero avanzan hacia el enrejado gris, frío, divisorio, puesto para que la plebe no pase adónde están los jefes.

-¡Un médico! -Grita tu tío, pidiendo a quien atienda, a quien abra la reja, la golpean.

Gritos, golpes y amenazas. Todo es un caos al rededor, tú no quieres saber nada, quieres que tu brazo esté como antes. ¿Por qué se gritan? Ya deberían estar solucionando esto. Mi mano se va a caer, seguramente no voy a poder utilizarla de nuevo.

-Por favor, abran la reja. Por favor, necesito que me atiendan -Le dices a quien se opone a ayudar, a quien está del otro lado de la reja, a quien está contigo, hablas con todos y sólo con quien ves. 

El miedo se hace grande, seguramente tus palabras eran súplica. No quieres entender nada, tu cerebro sólo está para el hoyo rojo. El dolor no es físico, tu cuerpo te reclama en pensamientos. Se acabó mi vida, no puedo estar sin una mano. ¡¡ES MI MANO!!

Se abre la reja, no sabes cómo ni cuándo. Hay que subir escaleras. Tu cabeza sólo piensa en las consecuencias. ¿Por qué a mí? Coño, ¿por qué putas pasa esto? No puede ser real. Me voy a quedar sin mano. ¡¡ESTO NO PUEDE ESTAR PASANDO!!

Ya estás arriba, donde los que no pueden convivir con los sucios y la plebe. Donde están los que aparecen en la tele y no se mezclan con los gente corriente. Pero son gente, no les importa nadie, todo bien mientras nadie los moleste ni les reclame nada. Estás donde se vive una realidad más cómoda, donde están los que son cabrones y están ahí por lo mismo. Donde están los que rompieron el vidrio.

Gritos, reclamos y más alboroto al rededor. Tú sientes dolor. Entonces miras. Ves que enfrente de Mario Trejo, en el palco de la directiva, está el vidrio roto. Recuerdas que ahí se asomaron y la gente los reconoció en el medio tiempo, mucho antes del vidrio roto. Sientes coraje.  El enojo es demoledor, te atrapa al saber que se te escapa lo que entiendes por vida.

Pero el miedo es más grande. La incertidumbre de saber si tu mano estará contigo. La mueves, aún así no sabes qué va a pasar. Para cuando te das cuenta ya estás en el ascensor, golpeas el suelo del mismo. Tu mano, toda esa carne expuesta y revoltijo de cosas rojas, sanguinolentas y desesperantes. El agujero rojo sigue en lo mismo aunque esté cubierto, envuelto en manos y sin que lo puedas ver.

De pronto, prácticamente te empujan fuera del ascensor, te quedas frente a nada, dónde no hay nadie. Gritan por ayuda. ¿Por qué no están ya ahí?... ¿En el sol o en la sombra?¿Qué coño importa? Lo que quiero es que me atiendan. Desesperación.

Por fin llegan. Tus datos. ¿Cómo te llamas?¿Cuántos años?¿Eres estudiante?¿Hoy tomaste? De aquí para allá. Tú también hablas estupideces. Hablas que la directiva ésto y aquello. La ley. ¿Que carajo importa? ¡Que te atiendan el brazo! 

Una clínica. Después de haber visto al doctor de aquí y de allá. Tienes tiempo de calmarte, porque si te desesperas pierdes más sangre y complicas las cosas. Ignoras el agujero rojo. Que no sé qué. Te destapan el agujero y la peor doctora te reaviva el dolor y el pánico.

-¡Aaaaaaah! ¡No haga eso!¡No haga eso!¡No haga eso! ¡Por favor! -lo tuyo es una súplica. Sientes, a pesar de alguna anestesia, como te revuelve la carne, como hurga en el agujero rojo.
-¡A ver, a ver! ¡No me grite! ¡A mí no me hable así! -Te grita, mientras te golpea en el hombro, como quien usa malos tratos para corregir a un perro. A ella no le importa el paciente, que no le digan qué hacer. Complejos, inseguridad, una personalidad que despide repulsión. Es incapaz de calmar al paciente y tratarlo como persona, es incapaz de ponerse en sus zapatos.
-Pero no se ponga así. -Caes en lo ridículo, le pides ser humana a quien sólo le importa ser más que el otro.
-¡Pues usted no se ponga así! -un intercambio en toda regla infantil. Ella sólo quiere ser la jefa, eso de atender pacientes es un dolor de huevos para poder ascender. La carrera es prestigio y dinero, eso de curar gente o preocuparse por otros es tonterías. Al fin y al cabo ella ya es la titular.

-No. Aquí no podemos atenderlo. Se va a ir al Regional 2... -Algo sobre que allá sí pueden, que es lo suyo. Que es importante porque dibujas, no has parado de preguntar si vas a poder dibujar otra vez.

Los de jurídicos del club ya andan por ahí. Tú ni los has querido voltear a ver. Que traen una playera, que qué buena gente son, que te van a atender. Yo lo que quiero es mi brazo, volver a dibujar, a escribir, a hacer lo que me apasiona y define, lo que sé hacer y representa mi vida.

Éstos están bien pendejos. Los del club se dan cuenta y no quieren que esto sea un escándalo. ¿Sabes qué?, te llevamos a un hospital particular. Quién sabe qué se dijo. Que ellos están conectados, que te van a atender.

Llegas al hospital de lujo, dónde están los expertos y los que atienden a quien puede pagarlo. Has tenido que calmarte, sabes que tus tendones están jodidos, que el agujero rojo no para de absorber tus ideas pero te han dicho que mueves la mano, sientes los dedos y eso es señal de que podrías volver a utilizar tu mano. ¿Pero igual que siempre?¿Haciendo lo mismo? No hay certezas, nadie te puede decir a ciencia cierta.

Dolor. Se reaviva la producción de ideas fatalistas. Mientras se espera al doctor en guardia te revisan la herida, exponen el agujero rojo. Lo has tenido que ver cuando lo han destapado en el sin fin de intercambios de manos. Unos ven, otros tocan, todos intensifican el poder de atracción del rojo. Vuelves a mirar, la maraña de carne roja, rosa y blanca toda revuelta en fragmentos que dejó el corte, no distingues qué es qué, pero sabes que no tiene porqué estar a la vista, no tiene porqué estar seccionado. El hoyo arrastra hacía sí todas tus ideas, los pensamientos siguen brotando sólo para dirigirse a él. Prefieres no ver, evadir y resistir la fuerza de atracción que tiene sobre tu cabeza.

Llega el médico, un especialista. Que qué suerte que sea él. "¿Cuál suerte?" piensas tú. El doctor es un tipo pagado de sí, habla y discurre sobre ésto y también aquello. Te tranquilizas, parece que sabe lo que hace. Te pide que muevas la mano. Dolor, dolor, dolor. Ahora que digas que parte de la mano te están tocando sin ver. Lo consigues. Que qué suerte que no cortó por completo los tendones, que no se llevo los nervios para la sensibilidad de la mano, que no te cortó un vaso sanguíneo; que ahí pudiste haber muerto o perdido el miembro al instante. Maldita suerte.

El doctor ya es cirujano, pasa a intervenir. Te anestesia el brazo, vas a estar consciente. Empieza a platicar, tú enseguida tomas la conversación, necesitas pensar en algo. No sientes dolor pero sientes perfectamente como te lavan, te enjabonan y mueven todo en el agujero rojo. Prefieres no ver, intentas no ver.

Escalofríos. Sigues sintiendo como se recogen, voltean, acomodan, juntan y cosen todos los fragmentos y partes en el hoyo rojo. Sigue absorbiendo tus ideas. El cirujano te pregunta sobre la escuela. Contestas mejor que en un examen, recuerdas todo lo visto en clase. Añoras estar aprendiendo, quisieras estar en clase y dibujando, aunque sea por tarea; quieres hacer la tarea. Le hablas de tú al doctor, qué mala educación, pero así puedes pensar mejor y tranquilizarte; el doc te dice que no importa, que se siente más joven. Lo haces prometer que vas a volver a dibujar.

 El agujero rojo está cosido. Te dicen que veas. Sí, está cerrado. Te va a quedar una cicatriz horrible, es lo de menos. Vuelves a preguntar sobre usar la mano. Que aunque te hubiese caído del otro lado, aunque te hubiese separado la mano, que ahí te la hubiesen juntado y salvado. Que te dejaron muy bien y todo debe ir a usar otra vez la mano.

Le explican a tus familiares que respecto a los tendones fue "afortunado" (otra vez esa palabra) que no se cortaran completamente todos. La mayoría fueron cortados a más del 60%, escuchas o entiendes que uno sí quedó cortado, que hubo que suturarlos, reconstruir, coser de adentro hacía afuera. Muestran las fotos que se tomaron del hoyo rojo al suturar dentro. Que por las circunstancias no se pudo hacer una sutura "estética" en la piel, todavía hay posibilidad de que se pierda un poco de la misma.

Te sacan del hospital. Vas a casa de tu tía. Sientes el apoyo de la familia, te están cuidando y viendo por ti. Pasas una semana encerrado, inmovilizado, "con la mano atada". Vives de la promesa de volver a usar tu mano. 

Llamadas. Te localizan muchas personas, algunos a los que les importas y otros a los que no. Unos hacen su trabajo, otros piensan que qué feo pero no les afecta. El mundo gira. Tu madre llegó al día siguiente de la herida. Te sientes inútil, no puedes hacer las cosas. El agujero rojo sigue arrastrando tus pensamientos, aunque el maldito esté cerrado, vendado y no lo puedas ver.

Ya pasó una semana y vas a ver al médico. Ha sobrevivido tu mente, tu ser y tu tranquilidad gracias a la promesa que le sacaste durante la cirugía. Tú lo que quieres es poder hacer todo lo que hacías antes de, como si no hubiese sucedido. Las cosas han ido como deben, pero no siempre dos más dos es cuatro en medicina, dice el doctor. Él hizo bien las cosas, "una cirugía impecable". Pero la rehabilitación es crucial, es lo que te va devolver la movilidad y función de la mano. Dependes de ello y de que no se compliquen las cosas. El agujero rojo está cerrado pero sigue activo.

No puedes decir que estás bien hasta que estés dibujando como antes. Quieres no sonar cómo víctima, de hecho te jode, pero no vas a mentir. Te caga sentirte inútil e indefenso. Tienes que ser optimista, paciente y fuerte. No vas a ser débil y mendigo de lástimas. Pero el miedo está ahí, lo tienes que combatir, aferrarte a tu fuerza...

No has parado de tocar tus dedos, de comprobar que sientes y puedes moverlos. Te duele moverlos, no debes hacerlo, pero no puedes evitarlo. Quieres ya usar tu mano, hacer todo lo que no puedes; jugar fútbol, dibujar, escribir, correr... maldita sea si mi mano está mal, no mis piernas. Calma, debes calmarte. Sólo tienes la alternativa de la paciencia y el optimismo, lo necesitas. La tranquilidad se equilibra en un hilo mientras cruza un precipicio. La promesa es que sí podrás usar tu mano, pero dependes del tiempo, de que no se complique la herida y de una rehabilitación perfecta. El miedo está ahí, ¿Y si se complica?¿Y si no se recupera bien?¿Y si la rehabilitación no es perfecta?¿Y si no puedo volver a dibujar y usar la mano como antes? ¡Calma! Sólo tienes una alternativa para que esa equilibrista no se caiga al fondo del precipicio, tienes que estar calmado, tener paciencia y vivir en la certeza de que la promesa se va a cumplir, sólo es cuestión de tiempo... 

El agujero está latente, sigue trabajando, amenazante.

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